El Camino Espiritual

Insondables sueños misteriosos,

Que sobrepasan la claridad de las vigilias,

Me transportan por caminos tenebrosos,

En medio de desórdenes y abulias.

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(Job, de Jordaens)

Veo paradojas circunstanciales

Y extrañas imágenes coloridas;

Mitos, leyendas y bacanales.

Divinas narraciones acaecidas.

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(diosas y ninfas después del baño, de Jordaens)

Veo ángeles dorados peleando,

Y cruentas bestias y demonios,

Por el alma del hombre luchando,

En falanges, cual macedonios

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(La apoteosis de Eneas, de Jordaens)

Oigo reflexiones de antiguos sabios.

Sibilinas frases y oraciones,

Provenientes de extáticos labios,

De oráculos con divinos dones.

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(Demócrito y Heráclito, de Rubens)

Respiro aromas insoportables

Que me causan trance y estupor.

No son más que vísceras desagradables

Hirviendo y despidiendo vapor.

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(El Rapto de Europa, de Jordaens)

¿Será algún ritual órfico de antaño

Al que me somete esta hipnosis,

Arrastrándome a algún lugar extraño,

Tal como en un misterio de Eleucis?

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(Baco y Ariadna, de Jordaens)

No citaré los pueblos y civilizaciones,

Que fueron parte de esta travesía,

Por medio de sus cuentos y narraciones,

Cuyo relato me estremecía.

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(Mercurio y Argos, de Jordaens)

Todos ellos han cantado al Alma,

Chispa divina y sempiterna,

Cuya creencia nos produce calma

Por saber que nuestra esencia es eterna.

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(Busto de un Sátiro, de Jordaens)

Han hablado de diluvios y creaciones,

Sorprendentes y complejas cosmogonías;

Tronos, Virtudes y Dominaciones,

Épicas y legendarias teogonías.

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(Ceres y Pan, de Jordaens)

Intuían la falsedad de este mundo

Y la realidad trascendental oculta,

Al cual un vil Demiurgo engañamundo,

Su intelección nos dificulta.

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(Sátiro tocando la flauta, de Jordaens)

Todo lo que percibimos es Ilusión,

Reino mundano y “Maya” budista,

Que nubla toda profunda visión,

Y nos hunde en un lodo materialista.

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(Cristo echando a los mercaderes del templo, de Jordaens)

No nos queda más que una Meta:

Recorrer el Camino Espiritual,

Renunciando al Ego cual asceta,

Purificando nuestro lado inmortal.

Mi Filosofía

No construyo de ladrillos mis muros

Ni uso el hierro para protegerme.

Acepto los senderos oscuros

Que el destino pueda ofrecerme.

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(Día de otoño en Sokolsnoki, de Levitan)

Soy la Hoja que en el otoño cae

Sin oponer torpe resistencia,

Esperando lo que el futuro trae

Con una costosa paciencia.

No me forjo castillos inútiles

En busca de una falsa seguridad,

Ni me encierro en rejas fútiles

Alejándome de la realidad.

Lo que anhelo es ser como el agua

Que no es fuerte ni busca la dureza,

Recibiéndolo todo sin mengua,

Manteniendo su vital pureza.

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(Lilas de agua, de Levitan)

Sin embargo es indestructible.

Todo lo puede llevar por delante.

Es dura y a la vez apacible

Y se adapta a todo, triunfante.

Eres tú, Atenea sempiterna,

La que intentas dirigir mis pasos,

Lejos de esta siniestra Caverna

A la que Platón ha dado sus trazos.

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(Paisaje de otoño, Levitan)

No obstante, sigo en este mundo,

De mentiras, sombras e ilusiones,

Del que emana un hedor inmundo,

Que turba todas mis cavilaciones.

La vida retirada

Un tema que une siempre tanto a místicos, filósofos y escritores, es la búsqueda de una paz interior, a través de una vida retirada, es decir, alejada de los vaivenes que la urbanidad plantea. La ciudad, con todas sus necesidades ficticias que nos aprisionan en un mundo ilusorio, es hasta un obstáculo para esa unión y vínculo con la naturaleza, tan necesaria a nuestro espíritu. La ciudad, es por sobre todas las cosas, lucha. Lucha interna, lucha feroz, contra todo tipo de tentaciones exteriores e interiores. Muchos preferirán quedarse en esta lucha, mientras otros elegirán alejarse de estos muros que hemos construido, muros que nos dividen y nos alienan.

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(Paisaje con anacoreta, de Lorrain)

En la vida retirada, ¿Qué encontramos? Pues nos encontramos a nosotros mismos. Allí realizamos labores más gratificantes y menos degradantes que en la ciudad; Perdemos menos tiempo con el tráfico y otros trajinares; Respiramos más aire puro y dejamos de escuchar ruidos estridentes y malsonantes; Podemos dedicarnos más tiempo a aquello que nos gusta, ya sea aficiones literarias, artísticas, musicales o filosóficas; Y también, estamos más tiempo con nuestras familias, vemos crecer a nuestros hijos. Esto no ocurre en la gran ciudad, donde siempre estamos moviéndonos. Nos movemos acá y acullá, siempre en busca de algo que no poseemos, sin llenar nunca una especie de vacío que en realidad no existe.

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(Colmenar en el bosque, de Shishkin)

En la ciudad pensamos siempre en el futuro, sin disfrutar del presente. Siempre buscamos acumular más y más, y gastamos todo nuestro tiempo en ello. Y a medida que gastamos más nuestro tiempo trabajando para obtener cosas, menos tiempo nos queda para disfrutar de las cosas que poseemos. En vez de trabajar para vivir, allí vivimos para trabajar. El trabajo pasa a convertirse en el aspecto central de nuestras vidas. Somos aquello a lo que nos dedicamos. Sin tiempo, por supuesto, para reflexionar sobre nuestras vidas y disfrutar de las pequeñas cosas cotidianas que la naturaleza nos ofrece. El resto de nuestras actividades no se vuelven más que un “hobby”, un pasatiempo, mientras que lo primordial es nuestra profesión. En esa situación no vemos crecer a nuestros hijos, ya que preferimos enviarlos a colegios que le retengan el mayor tiempo posible, para poder seguir trabajando para acumular más y más. Y llega así el final de nuestras vidas, con muchos objetos acumulados pero sin haber disfrutado auténticamente de ellos; Con una salud maltrecha de tanto trabajar a un ritmo exasperante; Con una sensación de no haber hecho nada verdaderamente importante en la vida.

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(Noche, de Lorrain)

¿Cómo podríamos salir de este círculo vicioso de falsas necesidades que la ciudad nos impone? Pues optando por una vida retirada. Concienciarnos de que no necesitamos un shopping, una discoteca o un club para ser felices; No necesitamos un supermercado para aprovisionarnos con todo aquello que necesitamos para vivir; No necesitamos televisión con cable y demás elementos que perturban nuestra mente, bombardeándonos con información innecesaria. Debemos tener en cuenta que en cualquier nación que nos encontremos viviendo ahora mismo, hay más ciudades pequeñas que grandes urbes. Por ende, tenemos una infinidad de opciones para elegir donde podríamos llevar una vida retirada. Una ciudad pequeña de quinientos a dos mil habitantes o un poco más, es ideal para este propósito. En este tipo de lugares, la vida es mucho menos costosa, y uno podría realizar labores sencillas para mantenerse. Para lograr esto no se requiere más que alejarse de nuestra zona de comodidad que nos mantiene siempre aprisionados. Una pequeña ciudad es ideal para comenzar una vida retirada.

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(La gran cascada de Tivoli, de Fragonard)

Quizás mis palabras no hayan resultado muy elocuentes y persuasivas. Pero hubo un gran poeta que cantó con suaves y bellas palabras a la vida retirada. Este poeta quizás sea más convincente que mi pluma anquilosada:

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(Paisaje pastoral, de Lorrain)

Vida Retirada – Fray Luis de León

¡Qué descansada vida

la del que huye el mundanal ruïdo

y sigue la escondida

senda por donde han ido

los pocos sabios que en el mundo han sido!

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(Paisaje de Polesia, de Shishkin)

Que no le enturbia el pecho

de los soberbios grandes el estado,

ni del dorado techo

se admira, fabricado

del sabio moro, en jaspes sustentado.

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(El Jardín de la Villa D’este, de Fragonard)

No cura si la fama

canta con voz su nombre pregonera,

ni cura si encarama

la lengua lisonjera

lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento

si soy del vano dedo señalado,

si en busca de este viento

ando desalentado

con ansias vivas y mortal cuidado?

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(Caminata en el bosque, de Shishkin)

¡Oh campo, oh monte, oh río!

¡Oh secreto seguro deleitoso!

roto casi el navío,

a vuestro almo reposo

huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,

un día puro, alegre, libre quiero;

no quiero ver el ceño

vanamente severo

de quien la sangre ensalza o el dinero.

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(Lluvia en un bosque de robles, de Shishkin)

Despiértenme las aves

con su cantar süave no aprendido,

no los cuidados graves

de que es siempre seguido

quien al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,

gozar quiero del bien que debo al cielo

a solas, sin testigo,

libre de amor, de celo,

de odio, de esperanzas, de recelo.

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(Mediodía, de Lorrain)

Del monte en la ladera

por mi mano plantado tengo un huerto,

que con la primavera

de bella flor cubierto,

ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa

de ver y acrecentar su hermosura,

desde la cumbre airosa

una fontana pura

hasta llegar corriendo se apresura.

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(Amanecer, de Lorrain)

Y luego sosegada

el paso entre los árboles torciendo,

el suelo de pasada

de verdura vistiendo,

y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea,

y ofrece mil olores al sentido,

los árboles menea

con un manso ruïdo,

que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro

los que de un flaco leño se confían:

no es mío ver al lloro

de los que desconfían

cuando el cierzo y el ábrego porfían.

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(Paisaje, de Rubens)

La combatida antena

cruje, y en ciega noche el claro día

se torna; al cielo suena

confusa vocería,

y la mar enriquecen a porfía.

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(Recolección de setas, de Shishkin)

A mí una pobrecilla

mesa, de amable paz bien abastada

me baste, y la vajilla

de fino oro labrada,

sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-

mente se están los otros abrasando

en sed insacïable

del no durable mando,

tendido yo a la sombra esté cantando.

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(Paisaje con Acis y Galatea, de Lorrain)

A la sombra tendido

de yedra y lauro eterno coronado,

puesto el atento oído

al son dulce, acordado,

del plectro sabiamente meneado.

La Purificación del Alma

Debemos volver a hablar del alma, la verdadera esencia de nuestro ser, sin importarnos las concepciones mecanicistas que nos obligan solo a mirar aquello que percibimos por nuestros sentidos. Esta concepción poco a poco va siendo dejada de lado, principalmente por las inquietudes que nos arroja los avances de la física, en lo que se refiere a las partículas más elementales de la materia. En los profundos abismos de lo infinitamente pequeño, ni siquiera sabríamos si hablar ya de “materia” o alguna que otra forma de energía. Es necedad, por esa razón, centrarse sólo en el mundo sensible, cuando es probado que sólo percibimos a penas un fragmento de la realidad. Inclusive esta palabra, “realidad”, es algo que podríamos cuestionarnos. Además, sabemos que nuestra mente muchas veces “construye” aquello que percibimos, y que cuestiones como el color, el olor y el sonido, llegan al cerebro en forma de señales eléctricas que luego son consecuentemente interpretadas, constituyendo eso, nuestra “realidad”.

Gottfried  Leibniz una vez habló sobre la necesidad de esclarecer dos tipos de verdades: Las verdades de hecho, y las verdades de razón. Las verdades de hecho son aquellas que provienen de nuestros sentidos, y son aquellas cosas que observamos y palpamos. Se caracterizan por ser verdades cambiantes, parciales y casi siempre incompletas. Las verdades de razón, por su parte, son aquellas que no necesitan corroboración empírica ya que son fruto de un pensamiento lógico, independiente de los sentidos. Estas dos verdades no son excluyentes, sino complementarias, ya que precisamos de ambas para poder conocer e interpretar el mundo, tal como Kant lo había dicho de forma incuestionable. Pero lo que nos debe llamar la atención es que las verdades de razón siempre han llevado a los filósofos a sostener la existencia del alma. Porque, si es que la realidad no es más que una ilusión; Si es que nuestro cerebro interpreta impulsos eléctricos sin poder acceder verdaderamente a lo que “está allí afuera”, entonces no nos queda más que una certeza: La certeza de que pensamos y que somos conscientes de la vida y de la muerte. Esto lo había formulado magistralmente Descartes con su célebre sentencia “pienso, luego existo”. Esta certeza implica que tenemos un “Yo”, un ser pensante, una “res cogitans” que percibe y comprende la “res extensa”.

Habíamos dicho anteriormente que sólo percibimos un fragmento de la realidad, y que posiblemente “varios mundos” no los podríamos percibir con nuestros sentidos. Algunos inclusive mencionan más dimensiones de las que conocemos. Puede que en esos lares, fuera de nuestra órbita de lo que momentáneamente nos es incomprensible y desconocido, encontremos muchas respuestas a nuestras interrogantes actuales. Puede que hallemos el puente de unión entre la Materia y la Conciencia y explicar este relacionamiento.  En varios artículos posteriores iremos desarrollando con más cabalidad esta idea.

Mientras tanto, esta certeza del alma, apoyada en las verdades de razón de los filósofos, debería enfocar toda nuestra atención. Cuando hablamos del alma, no podríamos prescindir del filósofo que mejor la ha retratado y que nos ha heredado las palabras más elocuentes sobre ella. Hablamos, por supuesto, de Platón. A continuación, citaré algunos extractos del Fedón, una de mis obras favoritas del filosófo:

“¿No decíamos que cuando el alma se sirve del cuerpo para considerar algún objeto, ya por la vista, ya por el oído, ya por cualquier otro sentido (porque la única función del cuerpo es atender a los objetos mediante los sentidos) se ve entonces atraída por el cuerpo hacia cosas que no son nunca las mismas; Se extravía, se turba, vacila y tiene vértigos, como si estuviera ebria; todo por haberse ligado a cosas de esta naturaleza?”

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(San Agustín, de Boticelli)

“Mientras que cuando ella [el alma] examina las cosas por sí misma, sin recurrir al cuerpo, se dirige a lo que es puro, eterno, inmortal, inmutable; Y como es de la misma naturaleza, se une y estrecha con ello cuanto puede y da de sí su propia naturaleza. Entonces cesan sus extravíos, se mantiene siempre la misma, porque está unida a lo que no cambia jamás, y participa de su naturaleza; Y éste estado del alma es lo que se llama sabiduría.”

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(San Agustín en su estudio, de Boticelli)

“Pero en cuanto a aproximarse a la naturaleza de los dioses, de ninguna manera es esto permitido a aquellos que no han filosofado durante toda su vida y cuyas almas no han salido del cuerpo en toda su pureza. Esto está reservado al verdadero filósofo. He aquí porqué, mi querido Simmias y  mi querido Cebes, los verdaderos filósofos renuncian a todos los deseos del cuerpo; se contienen y no se entregan a sus pasiones; no temen ni la ruina de su casa, ni la pobreza, como la multitud que está apegada a las riquezas; Ni temen la ignominia ni el oprobio, como los que aman las dignidades y los honores.”

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(Magdalena penitente, de Caravaggio)

“Los filósofos, al ver que su alma está verdaderamente ligada y pegada al cuerpo, y forzada a considerar los objetos por medio del cuerpo, como a través de una prisión oscura y no por sí misma, conocen perfectamente que la fuerza de este lazo corporal consiste en las pasiones, que hacen que el alma misma encadenada contribuya a apretar la ligadura. Conocen también que la filosofía, al apoderarse del alma en tal estado, la consuela dulcemente y la intenta desligarla, haciéndole ver que los ojos del cuerpo sufren numerosas ilusiones, lo mismo que los oídos y todos los demás sentidos; Le advierte que no debe hacer de ellos otro uso que aquel a que obliga la necesidad, y le aconseja que se encierre y se recoja en sí misma; Que no crea en otro testimonio que en el suyo propio, después de haber examinado dentro de sí misma lo que cada cosa es en su esencia.”

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(Santo Domingo, de Boticelli)

“El alma del verdadero filósofo, persuadida a que no debe oponerse a su libertad, renuncia, en cuanto le es posible, a los placeres, a los deseos, a las tristezas, a los temores, porque sabe que después de los grandes placeres, de los grandes temores, de las extremas tristezas y los extremos deseos, no sólo se experimentan los males sensibles que todo el mundo conoce, como las enfermedades o la pérdida del bien, sino el más grande y el último de todos los males, tanto más grande cuanto que no se deja sentir – ¿En qué consiste ese mal, Socrates? – En que obligada el alma a regocijarse o afligirse por cualquier objeto, está persuadida de que lo que causa este placer y esta tristeza es muy verdadero y muy real, cuando no lo es en manera alguna.”

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(Los cuatro filósofos, de Rubens)

“Porque cada placer y cada tristeza están armados de un clavo, por decirlo así, con el que sujetan el alma al cuerpo; y la hacen tan material, que cree que no hay otros objetos reales que los que el cuerpo le dice.”

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(Baco, de Caravaggio)

Esto no es solo filosofía, es Arte Filosófica. La ciencia moderna no hace más que ir confirmando de a poco estas grandes ideas.

Tagore y la lucha contra el ego

¿Qué hacer cuando nuestra vida se convierte en un tejido de costumbres aburridas? Miramos al cielo, pero no contemplamos su belleza. Ansiamos la noche, pero no para ver las estrellas sino para ahogarnos en la almohada. Todo pierde sentido cuando dirigimos nuestro enfoque a cuestiones que creemos que son trascendentales, pero que no lo son. Y estas cuestiones, muchas veces nos obligan a doblegar la cabeza y a trabajar duramente con el afán de poseer más y más cosas. Nos dijeron que eso era lo más importante que debe buscar una persona en la vida. No nos han dicho que algún día tendríamos hambre de trascendencia. No nos han dicho que algún día se nos aparecería el Hastío con el rostro de una bestia feroz, dispuesto a devorarnos. Vivimos por y para el Ego.

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(Watteau – Los placeres del baile)

Ha habido tantos pensadores, místicos y religiosos que han abordado estas cuestiones, planteando, más o menos con palabras diferentes, respuestas similares. El que me viene ahora mismo a la mente es precisamente el que ha suscitado en mí, ahora mismo, estos pensamientos. Se trata de Rabindranath Tagore, cuya pequeña obra “El Camino Espiritual” tengo ahora mismo entre manos.

Nos dice Tagore: “Ese orgullo del ego, esos apetitos insaciables, esa vanidad de poseer, esa alienación del corazón, constituye la envoltura que nos ahoga”. Ciertamente nuestras mayores amarras son el Orgullo, los apetitos, la vanidad. Todo eso nos aliena y nos envuelve en un mar de hastío insoportable. Creemos, con estos vicios, llegar lejos, cuando el dinero, el poder o la fama nos saludan. Pero éstos, cual dioses caprichosos, exigen sus altares y sus respectivos sacrificios. Y cuando los exigen, muchas veces ya resulta demasiado tarde dar marcha atrás.

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(Isabella – Everett Millais)

Continua Tagore: “En el pecado aspiramos a los placeres, no porque sean verdaderamente deseables, sino porque así lo parecen a la trémula claridad de las pasiones”.

“Somos miserables porque somos criaturas del ego, del ego intransigente y estrecho, que no refleja luz alguna, que permanece ciego ante el infinito. Nuestro ego resuena con sus propios clamores discordantes”.

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(Watteau – El Indiferente)

Y concluye así: “Mientras no hayamos alcanzado la armonía interior y la totalidad de nuestro ser, nuestra vida será una existencia puramente tejida de costumbres”.

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(Retrato de John Rushkin – Everett Millais)

¿Acaecen desgracias a los hombres buenos?

Esta misma pregunta se hacía Séneca en su obra “Sobre la Providencia”, una obra, como todas las de Séneca, que sirve para levantar nuestros ánimos precisamente cuando creemos que sufrimos mucho. Todos padecemos males, inevitablemente, pero el valor verdadero de una persona radica en cómo enfrenta a esos males. A estos efectos, no viene mal echar una mirada a la ética estoica, con el fin de observar otros puntos de vista, más antiguos, y que sin embargo, podría servir de fuentes valiosas para sobrellevar nuestra difícil vida contemporánea.

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(San Pablo, de Rubens)

Séneca decía:

¿Porqué suceden muchas cosas adversas a los hombres buenos? Ningún mal puede acaecer al hombre bueno, porque no se mezclan los contrarios. Así como tantos ríos, tantas lluvias caídas de lo alto, la fuerza de tantas fuentes medicinales no cambian el sabor del mar, ni lo atenúan siquiera, del mismo modo el ímpetu de la adversidad no trastorna el ánimo del varón fuerte. Permanece en su estado y todo cuanto le sucede lo cambia en su color, porque es más fuerte que todas las cosas externas. No digo que no las sienta, sino que las vence y además se levanta sereno y apacible contra las cosas que le atacan. Piensa que todas las adversidades son un ejercicio.

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(La masacre de los inocentes, de Rubens)

Y luego, Séneca pasa a hablar sobre los atletas, que se ejercitan en la dureza con el fin de mejorar sus cualidades, y exigen siempre competir con los mejores con el fin de probar sus fuerzas. Precisamente uno se fortalece en algo cuando lo ejercita mucho tiempo y con dureza. Mencionará también Séneca a los soldados que se enorgullecen de mostrar sus heridas de combate, como recuerdo de cómo sobrellevaron sus adversidades, y que ese recuerdo los fortalece.

“No resiste golpe alguno la felicidad que nunca fue herida, pero la que sostuvo constante pelea con las contrariedades, se encalleció con las injurias, y no se rinde a ningún mal, sino que, aún caída de rodillas, pelea.”

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(Retrato de una anciana, de Rembrandt)

En una parte de la obra, Séneca a penas da un atisbo de algo que resulta sumamente fundamental, con respecto a la educación de nuestros hijos. Da a entender que el mejor modo es educarlos en la dureza, para que aprendan a soportar los males de la vida, y que valoren las cosas buenas y que cuestan esfuerzo. En cambio, “dar todos los gustos” al hijo, evitar constantemente que conozcan el sufrimiento, predisponerlos siempre a los placeres y nunca a las asperezas, equivale a criar un monstruo, un tirano, un Calígula.

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(El jinete polaco, de Rembrandt)

“Las cosas prosperas suceden también a la plebe y a las almas viles; En cambio, dominar las calamidades y las cosas que son el temor de los mortales, es propio del hombre grande. Pero ser siempre feliz y pasar la vida sin ninguna mordedura en el alma, es ignorar la otra mitad de la naturaleza”.

Séneca es bien claro cuando dice que aquel cuyo ánimo nunca experimentó el sufrimiento, que vive siempre en la dulzura, es quien más padecerá cuando le toque en suerte las adversidades.

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(Santiago el menor, de Rubens)

La virtud es codiciosa de peligros y piensa en aquello a que ha de tender y no en la que ha de padecer, pues la que ha de padecer es también parte de la gloria.

La virtud por ende, no ha de tener como objetivo la búsqueda de placeres, sino la paz y la imperturbabilidad del sabio. Y la única forma de conocer bien a una persona es en las adversidades.

Has de conocer al piloto en la tempestad, al soldado en el combate. ¿Cómo puedo saber el ánimo que tengas para soportar en la pobreza, si abundas en riquezas? ¿Cómo puedo saber la constancia que tengas ante la ignominia y la infamia y el odio popular, si envejeces entre aplausos, si te sigue el favor del pueblo, irresistible y fácil por cierta inclinación de las mentes?

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(San Pablo encarcelado, de Rembrandt)

Y para terminar, Séneca nos exhorta algo más:

Huid de las delicias, huid de la enervadora felicidad, en la que los ánimos se ablandan y, como no les sobrevenga algo que les advierta cuál es la condición humana, permanecen aletargados como por una perpetua embriaguez.

La Victoria sobre uno mismo

Tantas han sido las visiones sobre lo bueno y lo mejor que un hombre debería buscar en su vida. Algunos decían la felicidad, otros los placeres, la sabiduría o el valor guerrero. En las sociedades homéricas, esta última virtud era la más predominante, y la que todo hombre esforzado debía alcanzar. Tal fue la inspiración que sirvió de base a la educación espartana, una formación basada en la guerra y en el uso de la fuerza física. No obstante, si dicho sistema educativo era conveniente para los peligros externos, no lo era así para las sediciones internas, causas éstas muchos más peligrosas para la destrucción de las sociedades. Fue éste un tema abordado en Platón en su magnífica obra sobre las Leyes.

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(La terraza del Serrallo – Gerome)

Aquí el filósofo, ya en su etapa de vejez, no levantaba la mirada hacia el mundo de las Ideas en busca de un modelo ideal de gobierno, tan difícil de llevar a la práctica por la naturaleza codiciosa y lasciva de los hombres brutos que siempre son mayoría, sino que echaba su vista hacia los asuntos terrenos, en busca de leyes que sirviesen para regular la convivencia armónica en la sociedad.

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(Un café en el Cairo – Gerome)

Observa Platón que los conflictos internos son más peligrosos para la búsqueda de esta armonía, ya que resultan más devastadores que cualquier invasión externa. De esta manera, se propone ver las causas de toda sublevación de las pasiones que amenaza el tejido interno de la sociedad. Y encuentra en una educación ineficaz la respuesta a ello. El modelo de los lacedemonios, que inculcaba a los individuos la victoria sobre los miedos y temores, si bien le parecía correcta en un principio, ahora se le antojaba insuficiente.

Dejaremos ahora que nos cautive la pluma poética del filósofo, que decía así, en el Libro I, párrafo 633d: “¿Qué sentaremos que es el valor? ¿Diremos simplemente que es la lucha contra miedos y dolores o también contra deseos y placeres y ciertas terribles seducciones de la lisonja que hacen de cera los corazones, aún de los de aquellos que se tienen por hombres venerables?”

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(La muerte de Sardanápalo – Delacroix)

Ante tan magnífica pregunta retórica, cabría preguntarnos si nos parece correcta la forma en que enfocamos nuestra educación para la vida. Quizá, aquella que solo anhela la obtención estéril de conocimiento, sin intentar producir hombres sabios y que sepan gobernarse a sí mismos, no sea más que una educación que conlleve siempre a todo tipo de sediciones, y que represente la causa del eterno caos social que nos rodea. Vivimos en un mundo que elogia demasiado a la opulencia, y sus corolarios, los bienes materiales que no hacen más que empobrecernos espiritualmente.

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(Mercado de esclavos – Gerome)

La clave para luchar contra esto está en la búsqueda de los verdaderos bienes, que se dividen, según el filósofo, en dos clases, los bienes del cuerpo y los bienes del alma. Son bienes del cuerpo la salud, la hermosura, la fuerza, y un tipo de riqueza, “no la riqueza ciega, sino la de vista aguda, que toma por guía a la razón, la cual es a su vez la capitana de los bienes divinos” (631c). Y entre los valores del alma, es la templanza acompañada de la reflexión, la justicia y el valor mismo. Son estos bienes, tanto corporales como espirituales, los que otorgarán la verdadera dicha y libertad a cualquier persona que aspira a vivir en plena felicidad con uno mismo, y con el mundo. La obtención de estos dos tipos de bienes permitirá a una persona poder gobernarse a sí mismo, una de las mayores metas del hombre sabio. Solo el que puede gobernarse a sí mismo no será esclavo de sus pasiones, y por ende, el único que será capaz de verdaderos actos de justicia y bondad.

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(Friné ante el Areópago – Gerome)

Por otra parte, la raza compuesta por siervos de “corazones de cera”, incapaces de hacer frente a las seducciones de la lisonja, tenderán siempre a cometer actos injustos, ya que a eso conlleva su naturaleza intemperante, y si realizan actos de bondad no será más que de forma accidental. Y este “tipo de hombre”, que para Platón (en “la República”) constituía la raza de bronce, la clase apetitiva, resulta, a todas luces, incapaz de gobernarse a sí mismo, y por ende, no apto para una vida democrática. Y teniendo a este tipo de hombre como elemento mayoritario, la conclusión obvia para toda razón no enceguecida, es que la democracia no es más que una ficción indeseable.

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(La compra de una esclava – Gerome)

El Amor según Diotima

Quizás una de las obras filosóficas más bellas y poéticas, tanto por la estructura como por el contenido, ha de ser, sin dudas, “el Banquete” de Platón. Esa obra se diferencia de las otras del filósofo debido a que no presenta el tradicional diálogo, en el que se da el acostumbrado ejercicio dialéctico teniendo a Sócrates como interlocutor principal. Aquí se dan discursos en honor a Eros, la divinidad del amor, discursos que nos cautivan por su embeleso y por las sublimes verdades que brotan de los labios de los distintos interlocutores. Por ahora, nos centraremos en el último discurso, pronunciado por Sócrates, en donde, en vez de dar su punto de vista sobre Eros, relata una conversación que había tenido con una sabia iniciada en los misterios del amor, Diotima de Mantinea.

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(Eros y Psique, de Gerard)

En esta conversación, Diotima revela a Sócrates, a través de la belleza poética del mito, una visión muy peculiar del amor, quizás la opinión definitiva de Platón sobre este asunto.

Argumentaba la sabia que el amor no era algo bueno, sin embargo, esto no debía llevar a creer que sería  algo malo. Decía que existe un término medio entre los opuestos, poniendo como ejemplo, que lo que no es sabiduría no necesariamente ha de ser ignorancia (la “opinión” o doxa se encuentra en el medio), que lo que no es bello necesariamente ha de ser feo. Y así como existen términos medios entre los opuestos, también los hay con respecto a los dioses y los hombres: Los daimones (“demonios” en sentido griego, no cristiano). Según Diotima, Eros era precisamente esto, un Daimon, y como tal, representaba un nexo entre los seres mortales que sufren, y los inmortales que habitan los cielos. No podía ser un dios, ya que el amor (Eros) “desea” las cosas bellas y buenas, y como el deseo es una señal de privación, Eros no puede ser un dios, ya que al desear, significa que está privado de lo bello y lo bueno, características éstas de los dioses. No entraremos a tallar mucho en el relato de los orígenes de Eros, por centrarnos más en las ideas sobre el amor.

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(El nacimiento de Venus, de Ingres)

El amor, como tal, busca lo bueno en sí mismo junto con la belleza, se caracteriza además por querer poseer siempre lo bueno. Esta persecución activa de lo bueno toma el nombre de “amor” cuando se convierte en producción de la belleza, a través de un proceso de fecundación que se da tanto en el cuerpo como en el alma.

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(Carta de amor, de Fragonard)

Todos los seres son capaces de fecundar, ya sea a través del cuerpo o del alma. La fecundación del cuerpo se da con la reproducción. “Voy a hablar con más claridad. Todos los hombres, Sócrates, son capaces de engendrar mediante el cuerpo y mediante el alma, y cuando han llegado a cierta edad, su naturaleza exige el producir. En la fealdad no pueden producir, y sí solo en la belleza, la unión del hombre y de la mujer es una producción, y esta producción es una obra divina, fecundación y generación a que el ser mortal debe su inmortalidad”. A continuación brota lo más puro del discurso de Diotima, y también un destello de la teoría gnoseológica que ve al conocimiento como recuerdo de una vida anterior:

“Es la naturaleza mortal la que aspira a perpetuarse, y hacerse inmortal en cuanto es posible; Y su único medio es el nacimiento que sustituye un individuo viejo con un individuo joven. En efecto, bien que se diga de un individuo, desde su nacimiento hasta su muerte, que vive y que es siempre el mismo, sin embargo, en realidad, no está nunca ni en el mismo estado ni en el mismo desenvolvimiento, sino que todo muere y renace sin cesar en él, sus cabellos, sus carnes, sus huesos, su sangre, en una palabra, todo su cuerpo; Y no solo su cuerpo, sino también su alma, sus hábitos, sus costumbres, sus opiniones, sus deseos, sus placeres, sus penas, sus temores; Todas sus afecciones no subsisten siempre las mismas, sino que nacen y mueren continuamente. Pero lo más sorprendente es que no solamente nuestros conocimientos nacen y mueren en nosotros de la misma manera (porque en este concepto también mudamos sin cesar), sino que cada uno de ellos en particular pasa por las mismas vicisitudes. En efecto, lo que se llama reflexionar se refiere a un conocimiento que se borra, porque el olvido es la extinción de un conocimiento; Porque la reflexión, formando un nuevo recuerdo en lugar del que se marcha, conserva en nosotros este conocimiento, si bien creemos que es el mismo. Así se conservan todos los seres mortales; No subsisten absolutamente y siempre los mismos, como sucede a lo que es divino, sino que el que marcha y envejece deja en su lugar un individuo joven semejante a lo que él mismo había sido. He aquí, Sócrates, cómo todo lo que es mortal participa de la inmortalidad”.

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(Venus y Cupido, de Rubens)

Nos queda claro aquí que el amor, según Diotima, es el nexo que une a la mortalidad con la inmortalidad. La única forma que tiene la especie humana y los animales de perpetuarse, es a través de la reproducción. Pero con respecto a los humanos, existe otro tipo de fecundación que va más allá de lo corporal, la fecundación del alma.

Los que son fecundos con relación al alma buscan producir (fecundar) sabiduría y demás virtudes, principalmente, la Prudencia y la Justicia, que preside el gobierno de los Estados.  Y la recompensa a este Amor espiritual, fecundo tanto en las artes como en el gobierno de los hombres, es esa especie de inmortalidad del recuerdo, que nunca muere al pasar los siglos.

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(El aseo de Venus, de Rubens)

Y como culminación a esta hermosa visión de la belleza, Diotima termina su alocución con las más grandes muestras que puede dar cuando la filosofía y la poesía van de la mano:

“¡Oh, mi querido Sócrates! Si por algo tiene mérito esta vida es por la contemplación de la belleza absoluta, y si tu llegas un día a conseguirlo, ¿Qué te parecerán, cotejado con ella, el oro y los adornos, los niños hermosos y los jóvenes bellos, cuya vista al presente te turba y te encanta hasta el punto que tú y muchos otros, por ver sin cesar a los que amáis, por estar sin cesar con ellos, si esto fuese posible, os privaríais con gusto de comer y de beber, y pasaríais la vida tratándolos y contemplándolos de continuo? ¿Qué pensaremos de un mortal a quien fuese dado contemplar la belleza pura, simple, sin mezcla, ni revestida de carne ni de colores humanos, ni de las demás vanidades perecibles, sino siendo la belleza misma? ¿Crees que sería una suerte desgraciada tener sus miradas fijas en ella y gozar de la contemplación y la amistad de semejante objeto? ¿No crees por el contrario, que este hombre, siendo el único que en este mundo percibe lo bello, mediante el órgano propio para percibirlo, podrá crear, no imágenes de virtud, puesto que no se une a imágenes, sino virtudes verdaderas, pues que es la verdad a la que se consagra? Ahora bien, solo al que produce y alimenta la verdadera virtud corresponde el ser amado por el dios; Y si algún hombre debe ser inmortal, es seguramente éste”.

Levantar al éter la mirada

¿Es concebible aún que este hombre,

Elija este despreciado y osado camino,

De elevar su mirada a la cumbre

En búsqueda del Estro divino?

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(arroyo en bosque de abedules, de Shishkin)

¿Ya no es posible acaso, cantar la Virtud,

La infinita Gloria y la Dicha angelicales?

¿O solo quepa cantar a la Finitud

Con la elegía de los funerales?

Ora los poetas, con la cabeza baja,

Decepcionados, componen siniestros versos,

Con cínica y fatalista moraleja,

Ya que en la podredumbre se encuentran inmersos.

¿O seré yo un Sísifo renuente

A aceptar que vivimos en un Averno,

En el que solo levanto indignamente,

La nefasta Piedra por las cumbres del Infierno?

Ya no me importa si me dicen demente,

Por ver tulipanes y arroyos cristalinos,

En donde sólo hay un fuego candente,

Y terroríficos cielos vespertinos.

Es en Holderlin en quien pienso y evoco,

El que osó levantar al éter su mirada,

Ya que lo mundano le importaba poco,

Porque no era ese su fecunda morada

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(Cabaña en el bosque, de Shishkin)

También pienso en ese hombre de dinamita,

Rimbaud, poeta volcánico que decía ver,

En vez de una fábrica, una mezquita,

Y un sainete espantoso sobre su ser.

¡Aleja de mí, oh Diosa, la Cordura!

Para ver “calesas por las rutas del cielo”

¡Asienta en su trono a la temida Locura!

Descorriendo para siempre el pesado velo.

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(El nacimiento de la Vía Láctea, de Rubens)

La Búsqueda de lo Inquebrantable

No podemos estar ajenos a la incipiente búsqueda de aquello que fue anhelado durante largo tiempo: La imperturbabilidad. Lo imperturbable fue siempre el objetivo de los grandes filósofos, poetas y místicos desde todos los rincones de la tierra; Alzarse sobre los problemas del mundo, sobre los vaivenes de la cotidianeidad, sobre aquello que nos parece tan necesario e importante pero no es más que superfluo. Una de las características del sabio es que considera como fútil lo que el resto valora más, como los bienes materiales y la falsa seguridad económica y social basada en el prestigio, en los cargos y honores.

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(Un filósofo en meditación, de Rembrandt)

Sobre la búsqueda de lo inquebrantable han hablado tantas voces, que nos han mostrado diversos senderos por recorrer y llegar a esta noble meta. Ahora nos toca echar un vistazo a los estoicos, específicamente a Séneca, quien en su diálogo “La Constancia del Sabio”, nos ha descrito con mucha ecuanimidad y elocuencia en qué consiste esta imperturbabilidad.

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(San Jerónimo, de Van Dick)

Invulnerable es no lo que se hiere sino lo que se quebranta; Por esta señal te mostraré al sabio. ¿Es dudoso acaso que la fuerza que no es vencida sea más cierta que la que no es atacada? Porque son dudosas las fuerzas aún no experimentadas, mientras que con razón se tiene por ciertísima la firmeza que rechaza todo ataque. Así juzga tú por de mejor calidad al sabio al que no ofende la injuria que al que ninguna se le hace. Yo llamaré fuerte al varón que no abaten las guerras, ni le atemoriza la fuerza que mueve el enemigo, no al que lleva un ocio descansado entre pueblos desidiosos. Lo que digo es, pues, que el sabio no está expuesto a ninguna injuria y así no importa que le disparen muchas flechas, porque a todas es impenetrable. Así como la dureza de ciertas piedras es inexpugnable al hierro, y ni el diamante puede herirse, cortarse y mellarse, sino que inmediatamente rechaza lo que le ataca; Así como hay ciertas cosas que no pueden consumirse con el fuego, sino que rodeadas por las llamas conservan su entereza y forma; Así como los altos escollos quiebran la furia del mar y azotados por él durante tantos siglos no conservan huella alguna de su crueldad; Así es también de sólido el ánimo del sabio y ha reunido tanta fuerza que está tan libre de la injuria como las cosas que he referido.

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(Busto de Séneca)

Nos engalana Séneca con tan bellas metáforas y comparaciones, para mostrarnos cómo es el sabio ante la adversidad. Para nosotros, los modernos, que tan acostumbrados estamos a enfocar nuestra mirada sobre lo aparente, tal cosa nos resulta imposible. Pero para aquellos, como decía Platón, que alzan la mirada hacia la contemplación de la Verdad, cuyas almas se encuentran embebidas de lo eterno e inmutable, ser como la roca inexpugnable al hierro, o como el diamante que nunca se mella, quizás sea algo posible.